martes, noviembre 29, 2005

Vísperas

Parece que se acerca la hora. Te lo dicen involuntarias las hojas que el viento acerca a tus cortinas. La siesta se cubre con las mismas nubes grises y la brisa de estación se arropa en el sabor de la tierra mojada. Se cumplieron los primeros pasos. Te sientas a esperar en la silla de siempre aunque los sillones te miren vacíos desde la soledad del living. Afuera un trueno altanero limpia las calles de gente, unos corren, otros toman taxis o aceleran las bicicletas. Ni lo piensas, no son más que sonidos; no vas a salir al balcón a mirar, ya están jugando las ansias entre tus dedos. El reloj ostenta insistente sus agujas a cada rato; el más empecinado es el segundero, sabe que en instantes su eco se perderá entre las gotas de lluvia y un timbre
que llama.
La brisa vuelve a entrar, esta vez más fría. El agua amaneció impaciente en este día. Como se espera, como el estrépito de noche buena, comienzan a resonar metálicos los cristales de las ventanas; escapan las ansias de entre los dedos y se internan entre la costumbre y la ilusión. Llega por fin el momento: contén la respiración y los párpados…

Silencios y tictacs...

El momento acaba de pasar, el aire se fuga con un suspiro. ¿Acaso te habías olvidado? Cómo olvidarse, ese recuerdo no se esfuma de tu almohada y es el amén del ritual: Ya no te buscará nunca, lo sabes bien
pero…
Sigues mirando la puerta por donde un día se fue.



En huellas

domingo, noviembre 27, 2005

De la que coleccionaba almitas

Todas las mañanas entraba un rayo de alba por la ventana, se esparcía despacio, sin calentar los pies de porcelana de nuestras almitas sentadas, ni de a una, ni a todas ni a ninguna. En hilera sobre su repisa de madera, era la espera una condición para ser pieza de su colección; el destierro, la pena mayor; su indiferencia, la ausencia de la razón; y la ilusión... esa era cerradura herrumbrada y sellada.
Bajo un silencio de muñecos de trapo se repetían los días: miradas y nada más. Sentados lado a lado los juguetes se desairaban.
¿Cuánto más tengo que esperarte? Queman los labios por ganas de besarte, se va la vida en expectativas. ¿Podré abrazarte alguna vez?
Y ella sólo respondía tal vez, tal vez...
¿Cómo pides que no me adelante? Tus sábanas están vacantes y aquí se sueña tras las paredes. ¿Dirás que sí de aquí a un mes?
Lo diré después, tal vez, tal vez...
Mi alma disfrutó su sonrisa una última mañana, tomó aire, cerró los ojos y de un arrojo se descolgó. Se estrelló en el piso y volvió corriendo a mi cuerpo. En el anaquel de la coleccionista quedó un espacio donde habrá encontrado un pecado de abandono y unas risas bien marchitas, la primera de la fila.
Hizo una rara suerte que ayer la encuentre entre pasadizos, llevaba la mirada vacía como la palma de sus manos, como su estante de madera desgastada. Esperar en exceso una correspondencia es para los que no envejecen. Las demás almitas se fueron una a una, se fueron todas, no quedó ninguna. Sin adiós y sin posdatas. ¿Habrán partido con prisa? Quizás a otra repisa, largas esperas retuercen corduras. ¿Volverá alguna, alguna vez?
Tal vez, tal vez.


En memorias sueltas

Ruinas

La Arqueología es la ciencia que estudia lo antiguo, según nos confiesa el diccionario después de escudriñar en sus hojas. Según profesores, el camino para conocer el pasado es a través de los restos del presente, rastros que gritan a voz ronca que estas decepciones roídas eran siglos atrás orgullo de reyes. Al mejor estilo Sherlok Holmes, un arqueólogo une las piezas que encuentra en una escena polvorienta de silencio, para armar a rompecabezas un suceso ya sin testigos, un pasado por nadie recordado, alegrías a las que el día a día les sacó tanta carrera no les dio el tiempo ni para llorarse.
Estos expertos pasados por academia encuentran siempre en algún bajorrelieve o entre noches de tumbas a la más resignada de las melancolías. Son los receptores de memorias prestadas que miran desde un cuándo remoto, patalean con impotencia y empujan los minutos presentes para meterse entre ellos. Noble oficio, aprendieron a ver el pasado a través de las ruinas del presente, concientes de la angustia que trae conocer lo que ya no tiene caminos de acceso, el tiempo de otros tiempos, tiempos de pétalos rosas, de noches oscuras, de siete maravillas, de rocío en mañanas de rayito de sol, de sensaciones que se creyeron eternas. La canción pregunta: ¿Acaso se van? ¿A dónde van?
Esta noche en mesa de madera voy a proponer brindar dos veces: La primera por los arqueólogos de sombrero percudido, que estudiaron años para su profesión, que rasgaron los parches de sus rodillas cavando hasta toparse con lo que las rotaciones alejaron para siempre.
Y el segundo va por los arqueólogos del alma, los que nunca quisieron ni estudiaron para ese don lastimoso y angustiante, de ver en algunas personas lo que una vez fueron y ya no serán nunca más. Esas personas, las que suspiran su alma muerta desde hace tanto, un alma que brillaba como mil soles de verano, y hoy arrastran apagados su cuerpos por las calles. Resignados.
En ruinas.



En mis tardes

viernes, noviembre 25, 2005

Papel Picado

De todos los pensadores que se vistieron de palabras, traigo a mi mala memoria a aquellos que exprimieron su imaginación hasta rebalsar la locura intentando descifrar al universo, y a esos otros pocos que revisaron casi en vano las mesitas de luz de las deidades, obligando a un Dios preocupado a subirse a una silla para esconder su libro de leyes en un estante cada vez más elevado, lejos de estos usurpadores, detrás de ciertas sabidurías, junto a planos de criaturas en espera de ser creados. De estos cuantos pensadores le pido a Borges que me preste por hoy unos de sus papelitos.
En papel picado se entrelazan las realidades, papelitos de colores dispersos por la historia de la humanidad, que recolectamos y unimos en un collage, por casualidad o tenacidad, para revelar el mecanismo universal en el que elegimos creer, cualquiera sea, aún si es sólo por unos instantes, o hasta que el viento los devuelva otra vez a su escondite. Creemos porque existe la otra cara, la que ocultamos en oscuridad de obstinación; atención a toda curiosidad: es lo que se busca bajo toda máscara de fe.

-Con su permiso, ¿el papelito? Es sólo un momento.-

"El Jardín de los senderos que se bifurcan" es un cuento que propone la existencia de tantos universos como decisiones se toman, un mecanismo que divide al tiempo en una red infinita de posibilidades, entre las que nuestra conciencia se transporta en el momento en que elegimos el sendero a seguir, permitiendo que todas las otras posibilidades sigan existiendo paralelas a nuestro presente conocido.

Mis piezas ya fueron encontradas, ya cercanas, ya pegadas, dibujan el jardín en el que creo. Creemos porque existe la otra cara, la que en verdad buscamos armar, la que se forma en el reverso del papel; la esperanza. Creo en que hay billones de orbes, y que al menos en uno de ellos, entre avatares, yo no reparto soledades, porque todavía la amo y somos felices.



Uno de tantos
 
Creative Commons License
This obra by Gustavo Martínez Figueroa is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 Unported License.
Based on a work at www.espaciosyespejos.blogspot.com.