jueves, diciembre 29, 2005

El día que hayas partido

El día que hayas partido encontraré penas en la condena de oscuridad que sepultan los relojes de arena cada vez que absorben el último minuto, siempre cansada, siempre abandonada a la caída. El sol se dispersará en cenizas por el ventarrón de tu portazo improviso de salida. Cenizas y al viento, premisas que al tiempo conviene siempre drenar. Todas las manos terminan por soltarse. Una puerta en cada esquina esconde la misma habitación dentro de estos laberintos de emoción que ruedan en tobogán hacia el final.
El día que hayas partido se perderá en el olvido un lucero de mi bolsillo. Quedará en herencia repelente de abogados; calendario sin sucesión repitiendo el enero del adiós, un mar sin luz y sin horizontes, un camino alérgico a los pasos y cerrojos sin vueltas. No sabrán los detectives a quién arrestar; les quitarán los dioses a los celtas, los colores a la noche buena, el ruido a los latidos y aquello sin nombre que le da tanta, tanta vida al cuerpo. De qué cristal está hecha la vida que se parte en tantas partes en cada despedida…
El día que hayas partido…

Revientan las burbujas en el aire.

Más marchitas que esos días son estas noches, puertos nublados que despido en cada luna, me despiertan los susurros de que esos días fueron ayer y aquí estoy frente al mar y truenos viendo al barco de tus sueños decir adiós, viendo a tu recuerdo alejarse, cortando el agua en silencio. Con manos de desgano dibujo mi silueta a tu lado, mientras más y más espeso se empaña el vidrio de la memoria de aquellas historias.




En el barrio de la muerte

miércoles, diciembre 21, 2005

Cartas

Estampillas, sello, código postal... y a la calle.
Toman el sendero que quieren, como el sol que quién sabe qué hace cuando se esconde; como los sueños, deambulan mientras dormimos, y nadie sabe por dónde.

Devoran millas de mano en mano, de país en país, y cada tanto hacen un alto para reponer fuerzas en un buzón. Creen en el destino... tal vez tengan razón. Roban un suspiro en cada frontera, les haría la travesía más llevadera. Cargan a cuestas nuestras palabras y cuidan a cada oración de no escaparse de entre las rejas de renglón.

La llegada es siempre su sorpresa patentada. Con timidez pasan por debajo de la puerta, y por la distancia marcadas nos cuentan sin voz que el cielo es inmenso, que alguien que pisa otro suelo y nos mantiene en recuerdos se desató los límites del cuerpo para estar aquí entre los dedos, y al mismo tiempo del otro lado del mar.
La aventura terminó en posdata. Mueren con suspiro fatigado, satisfechas en nuestras manos después de tanto viajar.






Llegó la carta de un amigo, de Ramiro, desde España.

En encuentros

lunes, diciembre 12, 2005

Fiesta

Gloria a Dios en las alturas
recogieron las basuras
de mi calle ayer a oscuras
y hoy sembrada de bombillas...

Apurad
que allí os espero si queréis venir
pues cae la noche y ya se van
nuestras miserias a dormir.
Vamos, subiendo la cuesta
que arriba mi calle se vistió de fiesta.


Partía la oscuridad del estadio la voz del poeta. Contenía multitudes, y el pelo aún fresco desde el mar. Sonreía y, a su edad, todavía sentía escondida tras las cañas dormir a su primer amor. Todavía, y a esa edad. Cantando otras frases me decía que las fuerzas no se acaban, que mi muerte está exiliada, que se arme la mirada y ¿dónde están mis brotes de tu infancia? Mira, saca las malezas. ¡Sorpresa! Crecieron olvidados.
Aprende la lección. Ya puedes irte, se terminó el regaño. Te irás, pero no por donde entraste.
Suelen los sermones ser severos, cuando se adoptan varios padres es mejor portarse bien.
Aplaudían de pie los meses de mi vida y ésta fue la despedida:
En gracias le grité "te voy a extrañar"
De nada respondío "Qué más da, aquí o allá".

Se acabó
el sol nos dice que llegó el final
por una noche se olvidó
que cada uno es cada cual.

Vamos
bajando la cuesta
que arriba en mi calle
se acabó la fiesta.





En subidas
 
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